La Garauja

Los primeros indicios que apuntan a la aparición de los pueblos de lo que hoy es el municipio de Los Tojos, señalan a los romanos como los creadores indirectos: éstos, con la red de vías de comunicación que organizaron para poder acceder a la provincia de Cantabria, provocaron que años más tarde se creara una compleja red comercial que uniera esta zona con toda la parte norte de Castilla: León, Palencia, Burgos, incluso Zamora.

Toda la base de esta hazaña residía en la abundancia de madera de los frondosos bosques que rodean Bárcena Mayor, Colsa, Los Tojos, Saja, Correpoco y El Tojo. Roble, Haya, Castaño, o Avellano eran materiales preciados en una tierra que, por la morfología de su terreno, no puede disponer de ellos y sin embargo le eran imprescindibles para su supervivencia.

Obviamente, Castilla contaba con algo que ofrecer a cambio: poseía una climatología y unas extensiones de terreno en las que el trigo, las legumbres y las vides resultaban ser, a su vez, materiales preciados para los cántabros que hasta allí llegaban.

De esta forma, carros y carros repletos de madera elaborada en forma de rastrillos, garios, dayes, badillos… partían hacia otras tierras con la esperanza de volver con un aprovisionamiento que les durara todo un año.

El padre, la madre y los hijos que hubiera, cargaban la carreta o carretas y durante más de un mes, recorrían pueblo a pueblo castellano, hasta que conseguían reunir víveres suficientes: garbanzos, lentejas, trigo, harina de trigo, vino…

Junto al comercio de “La Garauja” se fue creando forzosamente un gremio de artesanos del que no queda ni la centésima parte de lo que fue.

Como es bien sabido, los motores y las máquinas, han aniquilado en poco tiempo, lo que en otro tiempo fuera una necesidad para vivir y hoy, con gran acierto, denominamos arte.

Pretendemos valorar y resaltar la cultura y hábitos de un pueblo que se mantiene y lucha por mantenerse a pesar del mundo: el pastoreo del ganado, el ordeñe, la siega, la madera, la huerta… constituyen unos valores que, paradójicamente, parecen empezar a ser añorados por sociedades contemporáneas.

Simplemente con admirar y reconocer la labor del día a día, un trabajo que ha ido pasando de generación en generación, se puede conseguir que éste no pase a la historia, que no se extinga como tantas otras cosas, sino darle la consideración de patrimonio actual.